lunes, 10 de agosto de 2015

VENECIA


Desde que sentía los primeros rayos del sol, abría inmediatamente la ventana. Allí estaba el tiempo que fuese esperándole. Para los turistas todas las góndolas eran iguales. Para ella no. Podía distinguir la de su amado entre un millón. 

Esperó, esperó hasta que le vio venir. Como cada día él se quitó el sombrero a modo de saludo y ella le hizo la fotografía de rigor. Su amor platónico circulaba por las turbias aguas del Gran Canal porque así era Venecia: una ciudad de extremos y de pasiones donde a las aguas revueltas se suman las más cristalinas y mansas.

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